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rancisco recibió en audiencia a los Misioneros de San Carlos. Partiendo del tema jubilar «Peregrinos de esperanza», que inspiró el Capítulo General de la Congregación, en el discurso abordó tres aspectos concretos del servicio: los migrantes, «maestros de esperanza»; la necesidad de una pastoral ‘ad hoc’ y de una caridad concreta «que vuelva a poner en el centro a la persona, sus derechos, su dignidad»
Lorena Leonardi – Ciudad del Vaticano
Superemos «los estereotipos excluyentes, para reconocer en el otro, independientemente de quien sea y de donde venga, un don de Dios, único, sagrado, inviolable, precioso para el bien de todos». Esta es la invitación que el Santo Padre dirigió en el curso de la mañana de este 28 de octubre, a los Misioneros de San Carlos a quienes recibió en audiencia en la Sala del Consistorio.
Partiendo del tema jubilar «Peregrinos de esperanza», que inspiró el XVI Capítulo General de la orden fundada por San Juan Bautista Scalabrini, el Pontífice articuló su reflexión en torno a tres aspectos peculiares de la misión: los migrantes, «maestros de esperanza»; la necesidad de una pastoral ad hoc; y una caridad concreta «que vuelva a poner en el centro a la persona, sus derechos, su dignidad».
«Es bonito que en la programación de la futura pastoral misionera y caritativa en favor de los migrantes hayan elegido inspirarse en el tema del Jubileo», señaló el Papa, partiendo en su razonamiento del primero de los temas abordados, los migrantes, en favor de los cuales los scalabrinianos ejercen su apostolado.
«Soy hijo de migrantes y en casa siempre hemos vivido eso de ir allí para hacer América, para progresar, para ir más lejos», dijo el Papa. La gente parte con la esperanza de «encontrar el pan de cada día en otra parte» – citando a San Juan Bautista Scalabrini – y «no se rinde, incluso cuando todo parece remar en contra, incluso cuando encuentra cerrazón y rechazos».
“Su tenacidad, a menudo sostenida por el amor a las familias que dejan atrás, nos enseña tanto, especialmente a ustedes que, ‘migrantes entre los migrantes’ – como deseaba su fundador que fueran – comparten su viaje”
A través de «la dinámica del encuentro, del diálogo, de la acogida de Cristo presente en el extranjero – prosiguió diciendo el Papa – crezcan junto a ellos, solidarios, abandonados ‘en Dios y sólo en Dios’» y, los exhortó a «no olvidar el Antiguo Testamento: la viuda, el huérfano y el extranjero. Son los privilegiados de Dios».
“Al fin y al cabo, la búsqueda de un futuro por parte del migrante expresa una necesidad de salvación compartida por todos, independientemente de su raza o condición”
Por el contrario, la «itinerancia», subrayó Francisco, «correctamente entendida y vivida», puede convertirse, «incluso en medio del dolor, en una preciosa escuela de fe y de humanidad, tanto para quien asiste como para quien es asistido. No olvidemos – les dijo – que la misma historia de la salvación es una historia de migrantes, de pueblos en camino».
El Papa Francisco abordó a continuación el segundo punto de su reflexión, centrado en la necesidad de una pastoral de la esperanza. Si, por un lado, la migración, «con el apoyo adecuado», puede convertirse en un momento de «crecimiento para todos», por otro, si se vive en soledad y abandono, «puede degenerar en dramas de desarraigo existencial, de crisis de valores y perspectivas», hasta el punto de llevar a «la pérdida de la fe y a la desesperación», dijo.
“Las injusticias y la violencia por las que pasan tantos de nuestros hermanos y hermanas, arrancados de sus hogares, son a menudo tan inhumanas que pueden arrastrar incluso a los más fuertes a las tinieblas del abatimiento o la sombría resignación”
No hay que olvidar – advirtió Francisco – que todo migrante «debe ser acogido, acompañado, promovido e integrado». Ante esto, es necesario que alguien se incline ante las heridas de los migrantes, «cuidando su extrema vulnerabilidad física, espiritual y psicológica», si no se quiere perder en ellos la fuerza y la resiliencia necesarias para continuar su viaje.
“Se necesitan sólidas intervenciones pastorales de proximidad, a nivel material, religioso y humano, para sostener en ellos la esperanza, y con ella los itinerarios interiores que conducen a Dios, compañero fiel, siempre presente junto a los que sufren”
De Francisco una mención a la disminución de la natalidad como triste tendencia generalizada: «Hoy tantos países necesitan migrantes. Italia no tiene hijos. El promedio de edad es de 46 años. Italia necesita migrantes y debe acogerlos, acompañarlos, promoverlos e integrarlos. Debemos decir esta verdad».
La situación no ha cambiado mucho desde los tiempos en que, a las puertas del Jubileo del 1900, San Juan Bautista Scalabrini decía que «el mundo gime bajo el peso de grandes desgracias»:
«También en nuestros días, en efecto, quienes se van lo hacen a menudo por las trágicas e injustas desigualdades de oportunidades, de democracia, de futuro, o por los devastadores escenarios bélicos que afligen al planeta», señaló el Papa.
A estos elementos se añaden la «cerrazón y hostilidad» de los países ricos, que ven en quienes llaman a la puerta «una amenaza contra su propio bienestar». A continuación, el Pontífice puso un ejemplo práctico, refiriéndose al «escándalo» que se produce para la cosecha de manzanas en el Norte: «Traen migrantes de Europa Central, pero luego los echan. Los utilizan para cosechar las manzanas, y luego se van».
“Así, en el dramático enfrentamiento entre los intereses de quienes protegen su prosperidad y la lucha de quienes tratan de sobrevivir, huyendo del hambre y la persecución, se pierden tantas vidas, ante la mirada indiferente de quienes se limitan a contemplar el espectáculo o, peor aún, a especular con la piel de los que sufren”
Si en la Biblia, «una de las leyes del Jubileo era la restitución de la tierra a los que la habían perdido, hoy», explicó el Papa, llegando al tercer y último aspecto abordado en su discurso, «este acto de justicia puede concretarse, en otro contexto, en una caridad que vuelva a poner en el centro a la persona, sus derechos, su dignidad».
Por último, la exhortación a que el Capítulo sea «una ocasión para profundizar y renovar la vida y la misión» a partir de un momento de humilde y gozosa acción de gracias, ante la Eucaristía, Jesús crucificado y María, Madre de los migrantes. «Sólo desde ahí – concluyó el Santo Padre – comenzamos a caminar juntos, con esperanza, en la caridad».
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