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Cuando no hay comunidades cristianas, las familias se sienten solas y la soledad hace mucho daño, advirtió el Pontífice a los responsables internacionales del Movimiento «Equipos de Nuestra Señora», una institución para descubrir y vivir la riqueza del sacramento del matrimonio a través del diálogo, la oración y la formación.
Sebastián Sansón Ferrari – Ciudad del Vaticano
Cuiden a los recién casados, pues es importante que «vivan una mistagogia nupcial que los ayude a experimentar la belleza del sacramento recibido y una espiritualidad de pareja», fue una de las peticiones formuladas por el Santo Padre a los responsables internacionales del Movimiento «Equipos de Nuestra Señora», a quienes recibió en audiencia este sábado 4 de mayo por la mañana en el Vaticano. Fundado en 1938 por el sacerdote francés Henri Caffarel, la organización, comprometida con las familias, apoya hoy a 74.000 parejas de todo el mundo en su vida matrimonial.
Esta institución «se encuentra en constante crecimiento y está constituido por miles de equipos en todo el mundo, por muchas familias que procuran vivir el matrimonio cristiano como un don», planteó Francisco, quien se refirió a la verdadera «tormenta cultural» que está atravesando la familia cristiana en este cambio de época. Por tanto, la labor de dicha entidad «es preciosa para la Iglesia», visto que «acompañan de cerca a los matrimonios para que no se sientan solos en las dificultades de la vida y en su relación conyugal». De este modo, prosiguió, «son expresión de la Iglesia ‘en salida’, que se muestra cercana a las situaciones y a los problemas de la gente y se compromete sin reservas por el bien de las familias de hoy y de mañana».
Acompañar a los matrimonios hoy en día constituye, a juicio del Sucesor de Pedro, una «verdadera misión».
“Salvaguardar el matrimonio significa, de hecho, salvar a la familia entera, significa salvar todas las relaciones que se generan en el matrimonio: el amor entre los cónyuges, entre padres e hijos, entre abuelos y nietos; significa salvar el testimonio de un amor que es posible y es para siempre, y en el cual a los jóvenes les cuesta creer. Los niños, en efecto, necesitan recibir de sus padres la certeza de que Dios los ha creado por amor, y de que un día también ellos podrán amar y sentirse amados como lo han hecho mamá y papá. Tengan la certeza de que la semilla del amor depositada por sus padres en los corazones de los hijos, brotará tarde o temprano.”
El Santo Padre consideró que en el mundo de hoy «es muy urgente ayudar a los jóvenes a descubrir que el matrimonio cristiano es una vocación, una llamada específica que Dios dirige a un hombre y a una mujer para que puedan realizarse plenamente en su capacidad generadora, convirtiéndose en padre y madre, y brindando al mundo la gracia del sacramento que han recibido».
«Esta gracia, subrayó Francisco, es el amor de Cristo que se une al de los esposos, es su presencia entre ellos y es la fidelidad de Dios al amor que los une. Es Él quien les da la fuerza para crecer juntos cada día y permanecer unidos».
El Obispo de Roma observó que hoy se piensa que el éxito de un matrimonio depende sólo de la fuerza de voluntad de las personas. No es así; si lo fuera sería una carga, un yugo colocado sobre los hombros de dos pobres criaturas.
El matrimonio, en cambio, aseveró el Pontífice, es un “compás de tres”, en el que la presencia de Cristo en medio de los esposos hace posible el camino, transformando el yugo en un juego de miradas: la mirada entre los esposos, la mirada entre los esposos y Cristo. Como un juego que dura toda la vida y en el que se gana juntos si cada cual se esfuerza por cuidar la propia relación: custodiándola como un tesoro precioso y ayudándose mutuamente en la vida conyugal a cruzar cada día esa puerta de acceso que es Cristo. Él mismo lo ha dicho: «Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará» (Jn 10,9).
Y hablando de miradas, el Papa contó una conmovedora experiencia:
«Una vez, en una Audiencia General, había una pareja – 60 años de casados (matrimonio) – ella tenía 18 años cuando se casó y él 21. Así que tenían 78 y 81 (años). Y pregunté: ‘¿Y ahora siguen amándose?’. Y ellos se miraron y luego vinieron hacia mí, con lágrimas en los ojos… ‘¡Todavía nos amamos!’. ¡Precioso!».
A continuación, Francisco compartió dos breves reflexiones: la primera, relativa a los recién casados, en la que explicó que «en los primeros años de matrimonio es especialmente necesario descubrir la fe en el seno de la unión matrimonial; gustarla y saborearla aprendiendo a rezar juntos».
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