El Papa:»Tengan siempre en el corazón las necesidades de los demás»
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El Santo Padre exhorta a los fieles a emprender un camino de comunión, misericordia y cercanía durante la Cuaresma para romper las barreras del silencio y la indiferencia.
Sebastián Sansón Ferrari – Ciudad del Vaticano
Existe un contraste entre casa y mercado, pues son dos modos diferentes de presentarse ante el Señor. Con esta distinción el Papa Francisco abrió su alocución previa al rezo mariano del Ángelus en la Plaza de San Pedro este 3 de marzo, tercer domingo de Cuaresma. Comentando el Evangelio del día (Jn 2, 13-25), el Pontífice aseguró que es una escena dura, en la que Jesús expulsa a los mercaderes del templo.
El Santo Padre acotó que “en el templo entendido como mercado, para estar bien con Dios bastaba comprar un cordero, pagarlo y consumirlo en las brasas del altar. Comprar, pagar, consumir, y después cada uno a su casa”.
En cambio, entendiéndolo como casa, sucede lo contrario: “Se va para visitar al Señor, para estar unidos a Él y a los hermanos, para compartir alegrías y dolores. Todavía más, en el mercado se juega con el precio, en casa no se calcula; en el mercado se busca el propio interés, en casa se da gratuitamente”.
El Papa observó que “Jesús es hoy duro porque no acepta que el templo-mercado reemplace al templo-casa, que la relación con Dios sea distante y comercial en vez de cercana y llena de confianza, que los puestos de venta sustituyan a la mesa familiar, los precios a los abrazos y las monedas a las caricias”. “Porque de ese modo, explicó, se crea una barrera entre Dios y el hombre, y entre hermano y hermano, mientras que Cristo vino a traer comunión, misericordia y cercanía”.
El Obispo de Roma subrayó que la invitación, también para nuestro camino de Cuaresma, es hacer en nosotros y a nuestro alrededor más casa y menos mercado, rezando, rezando mucho, como hijos que, sin cansarse, llaman confiados a la puerta del Padre, no como mercaderes avaros y desconfiados”.
“Y, después, difundiendo fraternidad. Hace mucha falta”, prosiguió. El Pontífice animó a pensar “en el silencio incómodo, aislador, a veces incluso hostil, que se encuentra en muchos lugares”.
Hacia el final de su alocución, el Pontífice motivó a preguntarnos: “¿Cómo es mi oración? ¿Es un precio que hay que pagar o es el momento del abandono confiado durante el que no miro el reloj? ¿Y cómo son mis relaciones con los demás? ¿Sé dar sin esperar nada a cambio? ¿Sé dar el primer paso para romper los muros del silencio y los vacíos de las distancias?”. «Estas preguntas debemos hacérnoslas», puntualizó.
También invocó a la Santísima Virgen María, para que “nos ayude a ‘hacer casa’ con Dios, entre nosotros y a nuestro alrededor”.
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