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San Francisco de Asís es indudablemente una de las figuras más reverenciadas y apreciadas dentro de la Iglesia Católica. Si bien es cierto que muchos le recuerdan por su inmenso cariño hacia la naturaleza y los seres vivos que la habitan, su auténtica notoriedad se forja en su profunda dedicación al Altísimo.
San Francisco, nacido en torno al año 1181 en Asís, Italia, en el seno de una familia de prósperos comerciantes, experimentó una juventud desahogada. Dedicó sus días a los estudios, la música y a la poesía, que deleitaba en recitar en las reuniones sociales. Sus aspiraciones distaban de la vida monástica y de los negocios familiares, ambiciones que su padre anhelaba para él. En lugar de ello, Francisco albergaba el sueño de convertirse en un caballero y demostrar su valentía en el campo de batalla. Alrededor del año 1202, consiguió realizar esta anhelada hazaña y participó en el conflicto entre Asís y Perugia. No obstante, esta experiencia fue efímera y culminó con su captura y consiguiente encarcelamiento, un período que le infligió gran padecimiento. Tras recobrar su libertad, atravesó meses de grave enfermedad. Estas experiencias moldearon su perspectiva de la vida, aunque aún no estaba preparado para el cambio radical que habría de marcar su existencia.
Poco después, Francisco resolvió unirse a otro conflicto bélico. No obstante, una visión divina le sorprendió, marcando el inicio de una conversión gradual y profunda. Regresó a Asís y eligió el sendero del silencio y la meditación en medio del campo y las colinas. Comenzó a servir a los pobres y a los leprosos, a pesar de la desaprobación de su padre, quien insistía en que Francisco debía seguir sus pasos o retomar su camino como caballero. No obstante, el corazón de Francisco ya se encontraba colmado de amor hacia Dios, y tras innumerables conflictos con su padre, decidió renunciar a todas sus posesiones materiales y reconocer a Dios como su único Padre. En los años subsiguientes, dejó atrás a su familia y amigos para llevar una vida marcada por la pobreza y la oración.
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